Cada paseo es un viaje, aunque solo sean dos pasos. Un día, inmadura y con el alma de leche, aprendí a caminar. Me enseñó el río con el fluir del agua, un movimiento constante, constante equilibrio; y la montaña con sus piedras.
Las piedras nos envidian, ansían nuestro viaje, celosas, saltan por las laderas (como un suicidio) para rodar y así avanzar. Mi maestra (la naturaleza) me convirtió en una mujer diáfana, en una exploradora de caminos.
Sheila Uve

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