Nos gusta ver arder. Qué tiene el fuego, en medio de la oscuridad, que nos atrapa, nos debilita y absorbe.
Nos sentamos y boquiabiertos, (casi en otro plano espiritual) observamos la danza ondulada de las llamas. A veces nos seca hasta el alma, con la osadía de cuando secamos flores (extirpadas sin permiso de la tierra húmeda, para nuestra artesanía), es ahí, en el descanso de las flores muertas, cuando, por un momento, quedan suspendidas en el tiempo y se vuelven eternas.

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