19 ene 2010






En la ciudad, donde los ángeles no se atreven a flotar y los demonios cantan baladas, el sexo de la noche deja caer su negro cabello narcótico bajo una luna opiácea y amarilla. Ahí va la sombra de una sombra, un fantasma terrenal que tirita, no por el frío de octubre, sino por un erótico dolor.
Le dice a su amante muerta: "Nunca debimos venir aquí, con una carne tan suave y unos corazones tan ingenuos, pero como los tigres entre la alta hierba, como cristo en el huerto de Getsemaní, nos tragamos el miedo, y vinimos aquí".
Ahora todas las atrocidades se proyectan de nuevo, como en una sesión de madrugada.
"Vinimos aquí pero nunca debimos quedarnos. Aunque teníamos inercia, autonomía y aguante, cogimos el último tren hasta la muerte."

El cuervo se refugia en un suño roto, y el único sonido que le sale es... cómo un grito cóncavo.


¿También hay manchas en los ojos de un leopardo?

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